Berichte über Hernán Cortés /

Página de relación

 

HERNÁN CORTÉS.

Su primera y olvidada biografía en la obra de

Lucio Marineo Sículo,

1530.

 

Los claros varones de España. De don Fernando Cortés, Marqués del Valle.

 

Deseando mucho escrebir las cosas nuevas y admirables que don Fernando Cortés en nuestros tiempos ha hecho, dignas todas de gran loor y que queden en perpetua memoria de los hombres, busco nuevo estilo y manera de escribir y nueva orden de loor. Pero a la verdad aunque mucho lo procuro, no lo hallo. Porque como don Fernando Cortés ha excedido a los caballeros ilustres y grandes capitanes como las cosas que con gran ánimo y sanctidad ha hecho, allí también espanta y hace temer, no solamente mi ingenio, pero también lo de todos los otros escritores por grandes y altos que sean. Porque ni yo (contestando la verdad) y por ventura los otros que en estilo e ingenio me hacen ventaja, podemos con nuestro decir igualar a las novedades y grandezas de sus hechos. Con los cuales don Fernando Cortés no sólo mereció título de Marqués, más aún también título y corona de rey. Oh varón felicísimo y muy digno de nuevas maneras y títulos de honras. Y tal que aunque todos los escriptores se junten a loarle, nunca será loado cuanto merece. Al cual ninguno de los capitanes pasados, ni a los presentes se puede comparar. Porque los loores y gloria de todos los príncipes antiguos, y los excelentes y claros hechos de todos los capitanes ha excedido, ha escurecido y casi muerto, con esfuerzo y virtud admirable, con ánimo nunca vencido, y lealtad muy limpia. Maravillábamos hasta aquí de los trabajos hechos de Hércules, subidos y ensalzados en fama más por el fabuloso y gracioso decir de los poetas, que por la verdad que en ellos hubo. Verdad es que mucho es nombrado Hércules por los escriptores, pero más es celebrado por las fuerzas del cuerpo, que por los bienes y dotes del ánimo. El cual dicen que vino con grande ejército sin hallar resistencia hasta la Isla de Cádiz: donde puso unas columnas en señal del término y fin de sus trabajos, pero creo yo que no entró en la mar. Por lo cual no se debe Hércules comparar con don Fernando Cortés. Ni aún tampoco aquel Alejandro Magno, rey de Macedonia, el cual llevando grande armada por el Asia hacia el Oriente antes que llegase al río Ganges, dijo, grande es el mundo. Cansado ya del trabajo del camino, y vencido de la grandeza del mundo puestos allí unos altares por términos de su camino y señal de donde había llegado se volvió. Jasón navegó el mar del Ponto por ganar el vellocino de oro y pasó las rocas que se decían Laineas (como los poetas fabulosamente escriben). Ulises también navegó muy grande parte de la mar. Julio Cesar navegó más desde el mar de Egipto hasta Inglaterra. Otros pasaron el mar de Persia, otros el de la India, o Creta, otros el de Alemania, otros el de Chipre, otros el de Rodas: los cuales todos están en nuestro hemisferio. Mas don Fernando Cortés, hombre que a nuestro siglo ha dado grande honra y gloria y con razón se debe a todos anteponer, enviado por los Reyes Católicos de España, o más verdaderamente enviado por Cristo como Apóstol a las gentes del otro hemisferio (las cuales hasta agora siguen siendo ignotas), navegando aquel gran mar y sin medida, y cercando todo el mundo, llegó hasta loa Antípodas con navegación larga y de muchos días, a donde peleando por su Rey, y por su Dios ganó para su rey muy grandes rentas y para Dios mucha ánimas: las cuales, si él no fuera, eran perdidas. Porque más hombres hizo él en un día venir a la fe de Chirsto, más ovejas escapó de la boca del demonio, que en muchos años cada uno de los Apóstoles. El cual haciendo grandes servicios a la religión cristiana y fe católica, ha hecho cosas mucho mayores y más sanctas, e sufrido trabajos más duros y peligros, que todos los capitanes que fueron y son. O varón celestial y gloria grande de España. Ah dichosos padres que tal hijo engendraron. El cual no solamente en las armas y cosa animosa y sanctamente hechas, mas también en liberalidad, grandeza de ánimo, justicia, fe, prudencia, religión, devoción, piedad y humanidad, y finalmente en todas las otras virtudes del ánimo, ha excedido a todos los mortales. Al cual Dios envió del cielo para que fuese a todos dechado y muestra perfecta de virtud. Habiendo pues de decir de su navegación y hecho insignes, quiero primero brevemente tocar quién fueron sus padres y la forma y estatura de su cuerpo.

 

DE SUS PROGENITORES Y DEL LUGAR Y TIEMPO DE SU NACIMIENTO.

 

            Su padre se llamó Martín Cortés y fue vecino y ciudadano de Salamanca, hombre de linaje y estado, honrado, de buena y loable vida cuyos antepasados creo yo que fueron naturales de Italia porque en Roma yo conocí un varón grande letrado y de noble linaje que se llamaba Paulo Cortés (como en otra parte hemos escripto), del cual hay algunas epístolas a Angelo Policiano y de Policiano a él. Su madre, llamada por nombre doña Catalina Pizarro, fue natural de Trujillo, muy probada en costumbres y fama. Los cuales, iguales en costumbres y linaje y juntados con santo y legítimo matrimonio, se fueron a vivir a Medellín, que es lugar en la provincia de Lusitania (Extremadura), donde don Fernando Cortés nació, en el año de nuestra redención de mil y cuatrocientos y ochenta y siete, reinando en España don Fernando el quinto, y doña Isabel, Reyes Católicos que entonces hacían guerra a los moros de Granada.

 

DE SU NIÑEZ, ESTUDIOS Y EJERCICIOS DELLA.

 

            Criado en casa de sus padres y con la leche de su propia madre, después que hubo aprendido en su niñez a leer y escribir, siendo de doce años, fue llevado a Salamanca por su padre y puesto en el estudio y encomendado a un maestro donde oyó gramática y algunos libros latinos. Mas puesto que se deleitaba mucho con la lengua latina (la cual había comenzado ya a gustar) y estudiaba de buena gana pero todavía con algunos ejercicios de guerra, en que se deleitaba, mostraba ser más inclinado a las armas y guerra, que a las letras. Porque continuaba con mucha codicia las escuelas de esgrimidores, y jugaba de espada, tiraba lanza y otras armas menores. Cuando había algún caballo, subía en él sin temor, y le traía y regía no como hombre mancebo y nuevo en ello, sino como caballero muy ejercitado. Así que con estas gracias y bienes de natura, y con la grandeza de su noble ánimo dejado el estudio de las letras, se dio todo a las obras de guerra, y en lugar de libros, comenzó a tratar armas y caballo.

 

DE LA ESTATURA DE SU CUERPO Y ATAVÍO.

 

            Fue de cuerpo ni muy delgado ni muy grueso, de estatura mediana, de buen rostro, de color más moreno que blanco, el cabello algo rojo, de ojos y pestañas negras, la frente llana y serena, la nariz pequeña, hermosa boca y los dientes blancos y medianos, la barba honrada, todos los miembros desde la cabeza hasta los pies muy bien proporcionados, fue hombre sano. Así que fue adornado y dichoso por las dotes y gracias de la naturaleza, más muy adornado y más dichoso con los bienes de su condición y virtudes del ánimo. El cual tenía lleno de sabiduría y prudencia junto con el cuero precio y de grandes fuerzas; el cual tenía ejercitado y aparejado para trabajos, y el ánimo para todos los peligros, y para la muerte cuando necesidad hubiese. Usaba vestiduras y los otros atavíos de su cuerpo muy honestos. Porque muchas veces sin ambición ninguna se vestía de paño negro y algunas veces de seda, como quien no procuraba de llevar tras sí los ojos de la gente común y hombres necios (como muchos hacen) sino de satisfacer a sí mismo y a la razón. Su casa yo la vi ataviada de grandes ornamentos y hermosa tapicería y su aposento y cama de paños de grana y seda. A este su virtud admirable y grandes trabajos subieron (lo que a pocos ha acaecido) de bajo estado en grandes y muy altas honras y títulos ilustres. Así que, por su muy noble condición y maravillosa templanza y modestia en todas cosas fue muy bien quisto de sus príncipes, honrado de caballeros y acatado de toda manera de gente. Porque por muy gran virtud es estimada en los hombres que suben a grandes honras y nuevos estados ser humanos y sin presunción y desprecio de los otros. Porque suelen muchos, con la mudanza de la fortuna, mudar sus costumbres no de malas en buenas, mas de buenas y humildes en muy altivas y perversas. Así que don Fernando Cortés con esta virtud de templanza y humildad borraba todas las otras y se hacía más estimado y bien quisto de todos. El cual, habiendo estado en España por espacio de dos años, donde hizo muchas obras de liberalidad, después por mandado del Emperador don Carlos, volvió para las Indias.

 

 

DE SU LIBERALIDAD Y FIDELIDAD.

 

            Casi de todos los mortales ninguno hay tan bueno, ninguno hay tan dichoso en quien alguna falta no se halle. Porque es verdadera aquella sentencia del sabio que dice, ninguno hay cuya vida del todo se halle sin alguna culpa. Los poderosos puesto que vivan muy bien y hagan bien a muchos, pero algunas veces hacen esto con el fausto demasiado y se cercan y prenden del loor vano del vulgo. Los ricos, si algunos hay liberales y que ninguno dañen (lo cual pocas veces vemos), por la mayor parte suelen menospreciar a los pobres. Los vencedores y grandes capitanes, aunque hayan peleado legítima y justamente, muchas veces con la victoria se hacen soberbios y crueles. Los doctos que se piensan merecedores de grandes honras y ser preferidos a los otros, siempre les toca la codicia de honra. Los fuertes y que confían en sus fuerzas se pierden por locura y osadía. Los hermosos que se precian de mirar su gesto en el espejo, nunca les falta soberbia. Entre los religiosos que se han apartado del mundo y deben ser ejemplo de pobreza y humildad, a muchos congoja el deseo de honras y cosas del mundo. Hay también otra manera de hombres que con demasiada envidia les pesa de la prosperidad y bien de los otros. Así que ninguno hay tan bueno, ninguno hay tan dichoso a quien en toda manera de virtud sin excepción y falta alguna podamos con verdad loar sino es sólo Hernando Cortés. Confirma este nuestro parecer el Emperador don Carlos, nuestro señor, y todos los que conocen bien a Cortés y carecen de envidia. El cual solo contiene en sí, adorna e ilustra las virtudes todas. De las cuales, si yo quisiese particularmente escribir, hinchiría por cierto gran volumen y haría larga y hermosa historia. Pero dejando todas las otras cosas por causa de brevedad, pasaré brevemente por la liberalidad, o lealtad, las cuales virtudes fueron en él admirables; fue Hernando Cortés en la virtud de liberalidad no sólo de grande ánimo y largo, más aún también cauto, discreto y prudente. Porque como aquel Tito y Vespasiano Emperador de los Romanos necesidad le pedían, sino siempre alegre y riendo. Testigos son de su liberalidad y humanidad muchos pobres, muchas mujeres viudas, muchas dueñas y matronas de palacio, a las cuales dio y hizo muchas mercedes. Pues ya de su lealtad qué mayor testigo puede haber que nuestro Emperador. Por cierto en la virtud de guardar lealtad no sólo ha excedido Cortés a todos los mortales más aún a la misma naturaleza y condición humana. La cual por cierto es flaca para menospreciar y tener en poco que otro ningún príncipe, y teniendo grande abundancia de dinero, pudiera si quisiera hacerse el mayor de todos los príncipes. Mas preponiendo la lealtad y verdadera fama a todas las cosas y esperando ser de mayor precio las honras que ganaría guardando la fe, que el señorío que poseería rompiéndola, con un gran peso y cantidad de oro con joyas y otras cosas de mucho precio y valor como muy leal capitán y varón brillantísimo, volvió con larga navegación y trabajos a su Rey al cual ofreció muy gran dinero y todas las cosas que con muy grandes trabajos y peligros había en muchos estos ganado. En la cual cosa no solamente su lealtad mas también su liberalidad fue signo de admiración. Gran virtud por cierto y vista hasta nuestros tiempos en sólo Hernando Cortés y no en otro.

 

DE SU CONTINENCIA, Y CASTIDAD, Y TEMPLAZA EN EL COMER Y BEBER.

 

            Fue en todas las partes y obras de su vida, muy templado y sin sospecha de vicio alguno en el comer, y beber muy medido y templado. Porque no comía por deleitarse en el comer, sin cuanto bastaba para sustentar su cuerpo. Usaba plato cada día donde comían muchos caballeros. Por cuya causa muchas veces comía con más aparato y le servían más manjares, que cuando comía solo. El vino bebía muy aguado y más blanco que tinto. Era más amigo de fruta que de carne y otros manjares, el tercero o plato o cuarto, muchas veces en gustándole le daba alguno de los que allí comían. Tenía aparador muy grande muy rico y vistoso de tasas y platos de plata y muchos de ellos dorados.

 

DE LO QUE ESCRIBIÓ, Y DE SU ELOCUENCIA.

 

            Acompañaban y adornaban su ánimo y gracias naturales el grande ingenio y singular elocuencia y suavidad en hablar y escribir. Porque hablaba en nuestra lengua castellana como orador muy copioso y ejercitado y afamado y escribe como excelente historiador porque duran aún sus hablas y razón llenos de mucha elocuencia que hizo a su gente encendiéndola, animándola y consejandole a sufrir los trabajos ponerse a los peligros y las otras necesidades de la guerra, a entrar con mucho ánimo en la batalla. Hay también los comentarios de sus cosas (que él llama informaciones) compuestos con grande polideza y elegancia de decir, los que los escribió con muy gran diligencia y verdad a imitación de Julio César y los dedicó y envió a su Rey don Carlos. Además desto hemos visto muchas cartas elegantes que envió al mismo Rey de las cosas que él había hecho y de las costumbres y condiciones de los indios. Vimos también el razonamiento que hizo delante del Emperador en defensa suya contra los envidiosos y murmuradores y que le molestaban. El cual razonamiento iba lleno y adornado de muchos colores retóricos y argumentos muy fuertes y firmes.

 

DEL AMOR QUE TODOS LOS HOMBRES LE TENÍAN Y DEL FAVOR Y AYUDA QUE DIOS SIEMPRE LE HA HECHO.

 

            Puesto que la vida de los mortales es una trabajosa jornada y peregrinación o por mejor decir navegación trabajosa, tiene con todo el hombre una sola seguridad y una esperanza de salud para volver a puerto seguro y tornar a ver su casa si siempre se hubiere de tal manera que merezca el favor y ayuda de Dios y la gracia y amor de los hombres. Porque cualquier que esto hiciere sin dificultad se escapara de todas las acechanzas y peligros del camino y las secretas y ciegas rocas de la mar. Porque es muy gran cosa y que no se puede bien estimar o por mejor decir la principal felicidad del hombre, por su bondad alcanzar a Dios por defender y tener el amistad y benevolencia y amor de los hombres, no por riquezas y dádivas y otras maneras y artes desta calidad sino por sus merecimientos y virtudes. Porque ninguna cosa puede el hombre tener de más precio, más dichosa, y que con más razón deba desear, que ser amado de todos y ser con razón loado por sus virtudes y buenas costumbres. Mas ninguno jamás alcanzó este loor y amor de todos que es muy gran felicidad sin gran bondad y prudencia. Porque es necesario que cualquiera que quiere ser de todos amado, ame a Dios principalmente y le honre y acate y tenga siempre sus pensamientos en él y después dél ame a todos sus prójimos y haga bien a todos los que honestamente pudiere y a ninguno dañe, aunque sea su enemigo. Y finalmente ninguna cosa haga con que ofenda las voluntades de aquellos con quien, o de quien hablare. Así que cualquiera que guardare y tuviere esta orden de vivir, terná a Dios favorable y siempre cercano, será amado de los hombres y loado y parecerá mucho a don Fernando Cortés, al cual nuestro Señor Dios por sus grandes virtudes, limpias y sanctas costumbres, ampara y defiende y sube de cada día en mayores honras, y todos los hombres le aman y ensalzan con continuos y grandes loores y le desean servir y estar en su compañía por imitar sus virtudes y alcanzar su honra.

 

DE SU HUMANIDAD, Y OTRAS VIRTUDES.

 

            Ganaban y atraían las voluntades de los hombres sus buenas y sanctas costumbres, su mucha humanidad y las otras virtudes que en grande exceso tenía. De las cuales él adornó parte por la buena crianza y doctrina de sus padres, parte de su propia condición y natural; no solamente se levantaba y hacía acatamiento a los caballeros y varones de linaje, más aún a los hombres de cualquiera estado que fuesen recebía muy cortésmente y con alegría, hacíendoles mucha honra. Porque tenía aquella bondad y buena crianza no fingida (como muchos) sino natural de suyo con la cual era muy devoto y cumplía lo que a Dios se debe con sacrificios y oraciones, y a los caballeros y amigos de su suerte trataba con amor: de buenas obras, y a las personas bajas, que sabía ser de buenas costumbres y vida, con beneficios y humanidad y mercedes. Estaba su casa siempre abierta no sólo para los que le venían a visitar y a negociar con él, sino para todos los que venían a pedir así de noche, como de día como posada y común para todos. Por lo cual muchos caballeros y muchos prelados se espantaban. Yo justamente me maravillaba de la bondad y facilidad de su condición y grandeza de ánimo y liberalidad y de la afabilidad y dulce y gentil conversación. Así que con estas virtudes y con los bienes y gracias naturales fue muy querido de sus reyes y de todos los pueblos de España, y las gentes bárbaras idólatras de las Indias por su buen tratamiento creyeron (y pienso que no sin voluntad de Dios) que era verdaderamente Dios o mensajero por Dios enviado. Y esto, conociendo su grande y admirable virtud y por esto persuadido con las razones y vivos argumentos que don Fernando Cortés les hacía, y alumbrados por la gracia del Espíritu Sancto comenzaron a honrar a Jesu Christo nuestro Señor verdadero Dios, y se volvieron del todo a nuestra región cristiana menospreciando y dejando y quebrando sus ídolos. Por esto no debe tener duda cualquiera que esta obra leyere de juzgar a don Fernando Cortés por merecedor de ser preferido a todos los caballeros y varones ilustrísimos de nuestro tiempo. Porque es tan noble, tan loable, que conviene bien su nombre con sus costumbres y hechos, pues que Cortés se llama en España y entre las otras gentes bien criadas el hombre modesto bien criado, liberal, benigno y criado con buenas costumbres.

 

DE LA CONFIANZA SUYA EN DIOS, Y ALGUNOS HECHOS SUYOS.

 

            Nunca dudó de ponerse a todos los peligros, así de la mar, como de la tierra, con la conciencia que tenía de su limpieza y bondad y con la confianza del divino socorro y esperanza cierta de su salvación. Porque como hombre cercado por todas partes de virtudes y que peleaba siempre por aumentar la fe de Cristo, no solamente no temía los peligros, pero ni aun la muerte. Y así, viéndose en gran peligro dentro de la mar con gran tempestad que se había levantado, espantados todos sus compañeros y teniendo ya los maestros de las naos por cierta su perdición y muerte, sólo él disimulando con gran prudencia su peligro y fingiendo alegría, les dijo: Qué es esto caballeros y fuertes varones, qué causa ha habido que os haga desesperar de la misericordia de Dios. Estad fuertes compañeros os suplico, y no temáis porque Dios (por cuya honra estamos aparejados a sufrir todos los peligros y trabajos que se nos ofreciere), no permitirá que perezcamos. Ninguna tempestad de la mar suele durar mucho tiempo, el viento que tanto nos ha fatigado ya comienza a sosegarse y ya en el cielo parecen señales de serenidad. Así con estas palabras esforzó y animó los corazones desmayados de sus compañeros y comenzó a sentir el favor y socorro de Dios, el cual nunca le faltó ni dejó de sentir en las batallas. En que sin temor alguno, poniendo en Dios su esperanza, muchas veces se metió con poca gente contra muy grande muchedumbre de enemigos. Asimismo lo sintió en México, ciudad muy poblada y de mucha gente, donde entrado en el templo, subió a una torre muy alta que en él había y viendo unos ídolos de piedra, queriéndolos derribar, comenzaron más de cien mil indios a dar voces que no tocase a sus dioses si no quería morir. Y rogándole algunos de los cristianos que tuviese respecto a sí y a los otros porque no podían sufrir el ímpetu y furia de tanta gente ni resistirla, él como varón cristianísimo y alumbrado por la gracia del Espíritu Sancto, sin ningún temor, respondió: En aprieto tan grande y tal necesidad como ésta se prueba la fe de los cristianos y se conocen las obras maravillosas de Dios y, habiendo dicho esto, tomó una barra de hierro y quitó y quebró todos aquellos ídolos y los echó de la torre abajo y puso en su lugar las imágenes de Jesu Christo y Sant Christóval. Lo cual viendo los indios y espantados, milagrosamente adoraron juntamente con él las imágenes de nuevo puestas.

 

DE SU PRIMERA NAVIGACIÓN, Y DE LAS COSTUMBRES Y CEREMONIAS DE LOS INDIOS.

 

            Siendo cuasi de diez y ocho años se embarcó y partió de la ciudad de Sevilla en el año de mil y quinientos y cuatro. Y bajando por el río de Guadalquivir, entró en la mar con trece navíos y obra de quinientos hombres y soltando sus velas comenzaron a navegar con viento muy próspero en el principio hasta llegar a cerca de la isla de Cuba. Adonde la mar (como suele) fue salteada de vientos contrarios a los navegantes. Los cuales fueron en gran manera fatigados de grandes tempestades y peligros que pensaron de perderse todos. Porque la furia grande de la mar muy levantada por los vientos echó los navíos por diversas partes, unos atrás y otros adelante, y otros al través. De manera que cada uno iba por su cabo sin saber unos de otros, hasta que, cesando la tempestad y furia de los vientos, cobrando el tino por la carta de navegar y por el norte con la ayuda de Dios guardados de todas las cosas, se fueron a apuntar todos, a una isla que se dice Cozumel. La cual está en la Nueva España cuasi espacio de doscientas leguas. Mas agora porque de las cosas que don Fernando Cortés después hizo maravillosas, Pedro Mártir y otros muchos copiosamente escribieron, yo diré sumariamente de las costumbres y ceremonias de los indios algunas cosas que personas que de allá vinieron me contaron. Primeramente cómo sacrificaban los indios a sus ídolos los hombres que tenían captivos y por esclavos. A los cuales sin ninguna piedad (como eran hombres bestiales) sacaban el corazón por el pecho y, teniéndole en sus manos, mirando primero hacia el Oriente, y después al Occidente, y en la parte del cielo donde estaba la luna, volviendo después sus ojos al ídolo, luego hacían ciertas señas con las manos y la cabeza cuasi como a quien se encomendaban. Eran los ídolos de figura y forma de hombre, labrados en piedra y cubiertos de mucho oro y piedras preciosas. Este sacrificio así hecho, por mejor decir maleficio, tomaban luego el cuerpo del hombre que habían muerto, y le echaban del templo por las escaleras abajo y le arrastraban por ciertos lugares que estaban cerca. Porque así lo mandaba el maestro de las ceremonias, a quien ellos acataban con mucha reverencia, como nosotros lo hacemos a los sacerdotes y obispos. Hacían también otro sacrifico en otra manera, horadándose la lengua con una navaja y metiéndose por los agujeros pajas largas, y sacándolas sangrientas las ofrecían a los ídolos. Otros se horadaban el miembro genital y pasaban por el agujero que hacían un cordel delgado, el cual tiraban con la mano sin tocar el miembro. Este tal sacrificio se acostumbraba hacer en una provincia muy grande que se decía Tuntepeque, en la cual vivían los hombres en su libertad sin conocer superior ni señor alguno. Otros sacrificaban también a sus ídolos en los templos, perros, gallinas, codornices asadas o cocidas con el pan de raíces que ellos comían. En otra provincia (que por nombre se decía Pánuco), adoraban en los templos a sus ídolos hechos de piedra o de madera, en forma perfecta y figura de miembros genitales humanos, y algunos eran hechos de masa de tierra en la misma forma. Entre los cuales ésta era la principal idolatría. En esta mesma provincia se halló otra cosa no menos bestial y torpe que para reír: porque los hombres después dese haber emborrachado y que no podía más beber, de hartos se embonan el vino por bajo a manera de melezina hasta que más no cabían y, después de borrachos, se echaban a dormir por espacio de tres horas y levantándose, tornaban a beber y buscar de comer sus raíces en el campo. Finalmente por todas aquellas regiones que son de la Nueva España comúnmente se emborrachaban todos y hacen el vino de un árbol grande que llaman Methle (metl: maguey), el cual es semejante al árbol que en España llaman tavira. De este árbol los indios sacan unas cuerdas que son como de cáñamo de las cuales se visten y calzan. Sacan también miel y azúcar, y las hojas comen guisadas en los hornos. De la cual vianda viven entre ellos y se mantienen muchas gentes, y de las hojas secan se aprovechan en lugar de leña. Hay también en todas aquellas regiones muchos animales de cuatro pies en los montes, como son leones, osos, tigres, ciervos y otros menores como liebres y conejos. Hay asimismo muchas maneras de aves, salvo perdices que (según dicen) nunca allá fueron vistas. Allá los hombres principales casan primeramente una vez y los hijos desta mujer son los que heredan al padre y suceden en los bienes y estado. Toman también otras mujeres, así para el uso de la cama, como para otras cosas y servicios. Los hijos de las cuales ni suceden a los padres, ni heredan sus bienes. Había muchos entre ellos que pecaban carnalmente contra natura hombre con hombre. El cual crimen tenían ellos por abominable, culpando más al paciente, que al agente. Comían de más desto carnes de hombres asadas y cocidas, en las cuales decían que hallaban mejor sabor que en todas las otras, y los que della comían, muchos sentían gran sed. Diferenciábanse los indios de diversas naciones y lugares por ser conocidos con ciertas señas. Unos traían piedras preciosas colgadas de sus bezos y narices horadadas. Y assí otros con otras señales, según la costumbre de su tierra. Assí que hemos dicho de los sacrificios y costumbres de los indios y cuán turpemente vivían. A los cuales la virtud muy grande de don Fernando Cortés Marqués del Valle trajo de vida tan bestial a vivir como hombres y conocer a Dios. El cual como era varón católico y amigo de letras, con su gran diligencia proveyó que sacerdotes y hombres sabios enseñasen letras y buenas costumbres a los hijos de los indios principales y a todos los otros.